La noche había caído hacía más de tres horas, no había ningún alma errante sobre las calles, callejones y calzadas del pequeño pueblo de San Juan.

Era una noche tranquila, apacible, fría y solitaria, como todas las noches de invierno… de que les hablo, el frío no era normal, era diferente, extraño; calaba los huesos y percutía el alma en lo más profundo, colándose por las orejas y las manos.

Hacía poco que el presidente Madero había sido asesinado, pocos días después llamaron al presidente del municipio, nada más y nada menos que el Gobernador del estado, duro tres días fuera, diciéndose enemigo del traidor Huerta y ya con el pueblo alzado, se fue a la reunión para evitar conflicto armado, pero vaya que la sorpresa cayó a todo el pueblo, cuando de vuelta llegó con un representante de Gobierno estatal y tras de ellos cien soldados bien armados a mando del mismo Victoriano, anunciando en plena reunión de plaza que apoyaríamos al asesino en su causa y, con eso mismo, los militares se quedaron y hasta el día de hoy siguen en el pueblo, vigilando.

Lentamente la neblina comenzó a descender sobre el pueblo, cubriendo todo como si de un mal augurio se tratase y puedo asegurarles, que las voces de los fantasmas podía escucharse en su lamento, y sus siluetas, cuales sombras no me rodean en la oscuridad, ¡podía verlas!

El camposanto se encontraba desolado, triste y solitario, aún lleno de flores y artilugios, que se dejan en Noviembre, que le daban una bella ironía y contraste entre ambas partes de nosotros los mortales.

Todo estaba sereno, ni un solo ruido se percibía, ni el graznido de un cuervo, ni el paso de los murciélagos o lechuza, todo era calmo, pero algo parecía ocurrir a pesar de todo, parecía como si alguien se moviera entre las tumbas; de seguro era la dama de guantes negros que ve a todos y busca a todos en su momento, podía ser, si, era ella; sin carne pútrida sobre su cuerpo, sin pesares sobre la piel.

No tardó mucho en que algo rompiera esa armonía silenciosa, varios pasos se acercaban por la pequeña callejuela junto al templo de la Concepción, parecía que serían de nuevo los Dinosaurios.

Lentamente, entre la bruma y la noche, surgieron seis hombres, ataviados de verdes velos visibles por la luz de la antorcha que traían consigo y, junto a ellos, tres hombres más, dos con fusil en mano y otro, con olor a clavo y un saco lleno de agujeros, como su camisa, pantalón y zapatos viejos, cargando detrás suyo un saco de manta ennegrecido y sucio.

-Señor Francisco Pérez Duarte- dijo alguien de entre la neblina, que ya comenzaba a disiparse, dirigiéndose a aquel hombre de aspecto vagabundo; era el Presidente municipal, el señor Mario Hernández Aguilar.

-Señor Presidente, ¿A que ha venido el que me llame con la "guardia de honor"?

No fue necesaria una respuesta, de entre la neblina una caja de madera, larga y estrecha, se asomaba por sobre un montículo de tierra fresca, recién devuelta a la superficie.

-Se le fusilará esta noche, si tiene alguna pena que confesar, hínquese y pídale al Señor que sea redimido de todo pecado.

-¿Qué falta he cometido a la patria que amerite mi muerte por este pelotón?

-No tiene derecho a…

-¿¡Cuál fue mi falta!?

Los militares solo observaban, a esos dos hombres discutir, a espera de que la orden fuera dada.

-Si él sentenciado no habla ¿Quién hablará por él? Dígame señor presidente ¿Cuál ha sido mi falta? – preguntó Francisco, siendo el eco de su propia voz su respuesta.

-¿Tiene algo por lo cual arrepentirse ante el Señor?- preguntó de nuevo su verdugo con un tono indiferente.

-Puede que viviera como malviviente, que hice cosas malas, tratos de pecaminosa duda y empleos de dudosa moral, pero escuche bien lo que le digo, no me arrepiento de cuanto mal he hecho, pues el hombre es mortal y la vida de infortunio me ha llevado a Chinameca en el amor tantas veces que no me importa ahora lo que me pase; usted mismo lo sabe mi "general".

Aquel hombre miraba fijamente los ojos de aquel hombre "honesto" y este percibió algo en los ojos de aquel "vago" que no había visto en nadie más que un mártir de pictórica escena de los santos, mientras el sentenciado se paraba junto a una tumba de pared marmoleada y ya gastada por los años.

-¡Disparen!, Disparen donde sea muchachos, que el condenado dice su hora en que momento le llega, mi único crimen fue tener zapatos rotos y usted lo sabe mejor que nadie mi "general" ¿Qué esperan señores? Disparen, que las balas entren por los agujeros de mi abrigo como si fueran caminos conocidos; déjenme morir viéndoles los rostros para saber que en el infierno no hay caras más feas que las de asesinos por una patria falsa de ideales. ¡Disparen y acaben con esta pútrida carne que esconde mi verdadero cuerpo blanco de estuco y maíz y hagan que mi corazón muerto deje de fastidiar mi alma!-

El verdugo no dijo más nada, simplemente miró por última vez a aquel hombre vago y alzó la mano al cielo.
De inmediato los soldados se colocaron en posición; el condenado los vio a los ojos, fijo y con miedo a la muerte en sus vítreos espejos, pero seguro de lo que seguía y aceptando abrir aquella puerta de salida.

A lo lejos, solo se escuchó el tronido de la pólvora, nada más quedó que eso se logró percibir, y la noche cubrió de neblina el pueblo, inundando de nubes las calles y ocultándolo todo.

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Bueno, muchos no lo saben, pero la historia siempre me ha fascinado y he pensado que no hay mejor maestro e inspiración que la misma.
Victoriano Huerta, después de la decena trágica, tomó el poder de la silla presidencial mexicana; durante sus años fue cuando realmente experimentamos una dictadura militar, que no duraría mucho tiempo en comparación con la de nuestros camaradas latinoamericanos o españoles.
Durante esos años, los desaparecidos y asesinados por militares eran constantes, en fin, una dictadura completa, y es ahí cuando aparece una obra de la literatura mexicana que me sirvió de inspiración para este relato: La vida inútil de Pito Perez.

Disfrútenlo y, para quien lo lea, les agradeceré mucho sus comentarios ^^

Story © losesno

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